No se puede negar que esta pandemia ha sacado a relucir aquellos aspectos más interesantes dentro de lo que es la dramatización escénica urbana. El mensaje transhumanista dominante ha sido simpre el de "esta pandemia la controlamos", por lo que se le atribuye un caràcter de transitoriedad, lo que repercute en las escenificaciones de tipo urbano y de caràcter temporal que ya llevamos meses observando.
Delgado (2008), en su magnífica obra, el animal público, advertía que lo urbano consiste en una labor, un trabajo de lo social sobre sí: la sociedad "manos a la obra", produciéndose, haciéndose y luego deshaciéndose una y otra vez, empleaando para ello materiales siempre perecederos. Por tanto, la arquitectaura de la pandemia se ha imprimado de ese carácter de transitoriedad y ha desplazado la estructuracción protocolar de las ciudades.
Además, unido a este fenómeno se ha producido una articulación de la circulación del transeúnte con el mismo carácter temporal, como si de un paso de obras y conos fluoresentes se tratase, para articular los recorridos en las aceras; lo que provoca un cómico baile de máscaras o, mejor dicho, mascarillas en dicas aceras para tratar de guardar la distancia de seguridad.
En otro orden de cosas, sinceramente creo que la verdadera vacuna que nos estamos dejando inocular es el miedo, sobre todo al otro, que ahora es más sospechoso que nunca, en ese baile en las aceras, en esas reuniones donde hasta los saludos cambian, donde las miradas se clavan hoy más que nunca por ser lo único visible de verdad. Podrían ser las identidades asesinas de las que hablaba Maalouf...
Ciertamente este es un nuevo orden de las cosas y de la vida social, que ha agarrado una velocidad en estos meses muy sorprendente, rociada de mensajes sobre la responsabilidad personal y dejando al margen siempre el poder colectivo. Una gran estrategia neoliberal que nos atrapa, confina y desconfia de lo que somos.