Asistir a unos acontecimientos políticos puede desestabilizar más o menos nuestra vida cotidiana. Bien es cierto que no es una época en que uno pueda quedarse impasivo ante lo que ocurre. Ciertamente, lo que no debe dejarnos tranquilos es la impunidad de la violencia estructural que se vive en estos días. Nos hemos encontrado la radicalización del discurso hasta el punto de crear un caldo de cultivo que valida cualquier adjetivo ante aquellos que son considerados diferentes por su modo de actuar, pensar o reaccionar y son considerados los otros, los no pertenecientes. La violencia estructural que se respira en España en referencia al tema catalán debería cuanto menos inquietarnos. García Martínez, en su obra La construcción sociocultural del racismo, comenta cómo el lenguaje nunca es neutral, menos aún en lo que se refiere a la clasificación de los seres humanos. El lenguaje que empleamos crea y al nombrar fabricamos imágenes de la realidad que una vez puestas en circulación, tienen consecuencias que afectan tanto a la consideración de las personas así caracterizadas como a su dignidad.
La descalificación como modo de resolución político-social no es un camino precisamente que llame a la dignidad, y se está colando y calando en el tejido social. Pareciera que aisitimos a lo que este autor denomina racismo sutil, un rechazo al otro basado en tres vectores: la defensa de los valores tradicionales (la Constitución, la bandera española,...), frente a lo nuevo que pone en cuestión las normas y los valores de la mayoría; la exageración de las diferencias culturales (la lengua catalana); y la negación de emociones positivas hacia los extraños (el diálogo).
La polarización España-Cataluña y/o Cataluña-España lleva a un posicionamiento social indeseable para aquellos que hemos topado con una realidad política que fagocita cualquier intento de distracción ante su espectáculo permanente.
Francesc-Marc Álvaro comenta en estos días, en un conocido periódico de tirada nacional, que hay momentos en que le cuesta creer que es real lo que está pasando. A veces, piensa que se trata de una pesadilla que desaparecerá con la primera luz del día. Desgraciadamente, no es así. La máquina del tiempo existe y nos lleva a un mundo de asco que recuerda al de 1975.
No existe manera de avanzar socialmente si recurrimos constantemente a la descalificación para llamar a tiempos pretéritos que siempre fueron buenos, para algunos.
La política pareciera estar por encima de las personas actualmente, aunque son éstas las que recuerdan cíclicamente que no es así en absoluto. Son tiempos de extraordinaria emergencia social en una Europa que muestra de qué esta hecha.
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