A propósito de Barcelona


Mantener el orden en la  convivencia supone dotar al propio sistema de ritos de rebelión como servomecanismos de retroalimentación negativa que vehiculen las presiones ejercidas por el propio sistema, por las propias estructuras. En un ritual los individuos son animados u obligados a sentir algo, algo socialmente pertinente, y que funciona como estímulo. En relación a éstos encontraríamos aquellos contrarrituales que lo que hacen no es sino generar un mecanismo termostático que libera las tensiones acumuladas que requiere el mantenimiento de un orden social determinado. Es por tanto, en un momento crítico de esta presión cuando surgen estos rituales de rebelión, estos contrarrituales. El rito captaría las energías que se desprenden de las situaciones desorganizadas y conflictivas a fin de convertirlas en positivas, haciendo de lo que es provocador de enfrentamiento y desgarramiento social, un factor de reconstrucción y cohesión (Balandier, 1997).


Si, como decía Ortega y Gasset (2002), “la forma de presión social que es el poder público funciona en toda sociedad”, tendríamos que entender que es la propia comunidad la que busca mantener un equilibrio en su realidad y esa búsqueda también implicaría tratar de encontrar mecanismos que garanticen ese equilibrio. Si el ritual es un mecanismo al servicio del control social, entendido éste como el control de la sociedad ejercida desde la propia sociedad, en donde se produce una presión ritual constante que garantiza dicho orden; entonces es indispensable que esta presión sea aliviada mediante otro tipo de rituales. Así pues, desde esta perspectiva se entiende y se espera que acontezca una desobediencia ritualizada.

Foto de Jordi Borrás