Dramatizaciones urbanas de la pandemia

 No se puede negar que esta pandemia ha sacado a relucir aquellos aspectos más interesantes dentro de lo que es la dramatización escénica urbana. El mensaje transhumanista dominante ha sido simpre el de "esta pandemia la controlamos", por lo que se le atribuye un caràcter de transitoriedad, lo que repercute en las escenificaciones de tipo urbano y de caràcter temporal que ya llevamos meses observando.

Delgado (2008), en su magnífica obra, el animal público, advertía que lo urbano consiste en una labor, un trabajo de lo social sobre sí: la sociedad "manos a la obra", produciéndose, haciéndose y luego deshaciéndose una y otra vez, empleaando para ello materiales siempre perecederos. Por tanto, la arquitectaura de la pandemia se ha imprimado de ese carácter de transitoriedad y ha desplazado la estructuracción protocolar de las ciudades. 

Además, unido a este fenómeno se ha producido una articulación de la circulación del transeúnte con el mismo carácter temporal, como si de un paso de obras y conos fluoresentes se tratase, para articular los recorridos en las aceras; lo que provoca un cómico baile de máscaras o, mejor dicho, mascarillas en dicas aceras para tratar de guardar la distancia de seguridad.

En otro orden de cosas, sinceramente creo que  la verdadera vacuna que nos estamos dejando inocular es el miedo, sobre todo al otro, que ahora es más sospechoso que nunca, en ese baile en las aceras, en esas reuniones donde hasta los saludos cambian, donde las miradas se clavan hoy más que nunca por ser lo único visible de verdad. Podrían ser las identidades asesinas de las que hablaba Maalouf...

Ciertamente este es un nuevo orden de las cosas y de la vida social, que ha agarrado una velocidad en estos meses muy sorprendente, rociada de mensajes sobre la responsabilidad personal y dejando al margen siempre el poder colectivo. Una gran estrategia neoliberal que nos atrapa, confina y desconfia de lo que somos.





 Es marzo y ya comienzan de nuevo los pájaros a cantar adviertiendo la llegada de la primavera. ya nadie se acuerda de los pájaros, los delfines en el Mediterráneo o las cabras asaltando los pueblos vacíos el pasado año 2020. Un año desde el confinamiento. En el cual poco se ha oído sobre las consecuencias en materia de salud mental en la sociedad. No se habla porque es más rentable pareciera hablar de muerte y temor. Hobbes magníficamente afirmaba que lo decisivo entre los hombres era la igualdad ante el temor. Y es éste que ha calado doce meses en los huesos, una pedagogía del temor bien orquestada desde los estamentos políticos. Que nos han hecho creer que somos responsables del transcurso de los acontecimientos diarios. 

Es preocupante que las secuelas en la salud mental de las personas no hayan sido visibilizadas para poder atajarlas. Será porque todo aquello que hace que el tejido social encuentre su reflejo y ello logre cambios no es deseable desde las estructuras de poder.

Cifras de muertes, hospitalizaciones, índices de incidencia...una gran maquinaria al servicio de la creación del miedo, que inmoviliza y genera obediencia. Un paradigma basado en la ciencia como salvadora de nuestra especie y un planeta que tiembla ante la desfachatez humana en el aprovechamiento de sus recursos naturales. Arendt, en su texto sobre la violencia comenta que la política es precisamente un medio por el que escapar de la igualdad ante la muerte y lograr una distinción que aseguraba un cierto tipo de inmortalidad. Será por eso que estamos asistiendo estos meses a esa búsqueda de la inmortalidad a través de inocular temor en la sociedad.

 " El poder utiliza, por lo demás, medios espectaculares para señalar su asunción de la historia (conmemoraciones), exponer los valores que exalta (manifestaciones) y afirmar su energía (ejecuciones). Este último aspecto es el más dramático, no únicamente porque activa la violencia de las instituciones, sino también porque sanciona públicamente la transgresión de las prohibiciones que la sociedad y sus poderes han declarado inviolables."

G. Balandier en su texto El poder en escenas (1992) parece que estuviese hablándonos de la realidad actual, donde se exhiben sin miramientos ni pudor unos mecanismos de control social y represión dignos de otras épocas. Todo ello, por el bien común y con un discurso de adulación científica bajo el que ampararnos como salida ante una crisis que va más allá de lo sanitario. Libertades individuales que se sacrifican pr la comunidad únicamente cuando al Estado le conviene. Es el caso de las elecciones catalanas convocadas en estos días y en donde la constitución de las mesas electorales está suponiendo algunos dolores de cabeza a nuestros dirigentes. Personas que argumentan ante esta pandemia nunca antes vista, su negativa a formar parte de esta teatralidad política por miedo al contagio. Miedo lícito que pone de manifiesto el bien asentado discurso institucional generado por la maquinaria informativa. El ciudadano tiene derecho a decir que no, y más en esta situación donde se le está prohibiendo salir de sus municipios y desplazarse el mínimo posible, cuando su única salida es al trabajo (quien no teletrabaja) y, ahora se le obliga a formar parte de la teatralidad electoral con la amenaza de represalias judiciales...No es una novela de P.K. Dick lo que aquí se escribe, es la realidad...