"Desde ese momento, entrar entonces empezó a resultar idéntico a ponerse a salvo de un universo exterior percibido como inhumano y atroz. Un juego infantil que todos conocemos lo explicita y el perseguido en el tocar y parar sabe cuál es la palabra mágica que le va proteger de quien corre tras de él para atraparle: “¡Casa!”. Y es que ciertamente uno vive en su casa, es decir, en un lugar construido, con paredes, techo, ventanas y puerta, al que no en vano llamamos vivienda o espacio para vivir, dando a entender de algún modo que lo que uno encuentra fuera de ella no es exactamente vida. Ese hogar –máxima expresión del dentro– en que se espera que se convierta una vivienda es el lugar de las certidumbres que, a partir de cierto momento del siglo XIX, se levanta contra el temblor crónico de la vida pública, una vida de la que se repite que, en efecto, no es del todo vida, hasta tal punto está marcada por la frialdad, el interés y la desorientación moral."
 
M. Delgado

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