Elegir

Tras los resultados de las pasadas elecciones en Venezuela hemos de analizar el juego político con entereza y sin miramientos. Si la voluntad de un pueblo es la que es, no se ha de  trivializar este hecho desde los medios de comunicación ni atizando los miedos de los ciudadanos. Bien es cierto que esta Venezuela, tan vapuleada y vista y elogiada desde el exterior como el último bastión izquierdista latinamericano y contestatario, vive unos momentos complicados de incentidumbre, pobreza de pensamiento y revolución malentendida. Desde España, se abre la boca para escupir veneno incluso hacia estos resultados electorales. Pueden gustarnos más o menos, pero dejemos a cada país con sus conflictos, con sus realidades. Bien es cierto que, finalmente, ningún político, puesto que están ocupados en desacreditarse mutuamente, ni nadie, le dirá a las familias de los muertos de estas últimas noches en Caracas que lo sienten; ni a los miles de muertos de los últimos años que engordan las listas negras de un país que se conoce por su violencia callejera desde la época chavista, y no tanto por sus materias primas, sus intelectuales o sus parajes naturales, entre otros. Eso no vende. Nuevamente se mercadea con la vida, se juega con ésta. Y quien juega son los de siempre. Se provoca una guerra civil, callejera y se polariza a las familias para atraer un protagonismo mediático y de poder que podría nutrirse de otras cosas: propuestas realistas, cultura accesible a todos, políticas sociales, regulación del comercio de materias primas, ets, etc, etc...

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