Es marzo y ya comienzan de nuevo los pájaros a cantar adviertiendo la llegada de la primavera. ya nadie se acuerda de los pájaros, los delfines en el Mediterráneo o las cabras asaltando los pueblos vacíos el pasado año 2020. Un año desde el confinamiento. En el cual poco se ha oído sobre las consecuencias en materia de salud mental en la sociedad. No se habla porque es más rentable pareciera hablar de muerte y temor. Hobbes magníficamente afirmaba que lo decisivo entre los hombres era la igualdad ante el temor. Y es éste que ha calado doce meses en los huesos, una pedagogía del temor bien orquestada desde los estamentos políticos. Que nos han hecho creer que somos responsables del transcurso de los acontecimientos diarios. 

Es preocupante que las secuelas en la salud mental de las personas no hayan sido visibilizadas para poder atajarlas. Será porque todo aquello que hace que el tejido social encuentre su reflejo y ello logre cambios no es deseable desde las estructuras de poder.

Cifras de muertes, hospitalizaciones, índices de incidencia...una gran maquinaria al servicio de la creación del miedo, que inmoviliza y genera obediencia. Un paradigma basado en la ciencia como salvadora de nuestra especie y un planeta que tiembla ante la desfachatez humana en el aprovechamiento de sus recursos naturales. Arendt, en su texto sobre la violencia comenta que la política es precisamente un medio por el que escapar de la igualdad ante la muerte y lograr una distinción que aseguraba un cierto tipo de inmortalidad. Será por eso que estamos asistiendo estos meses a esa búsqueda de la inmortalidad a través de inocular temor en la sociedad.

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